Lo primero que recordé cuando se planteó el ejercicio de recolectar objetos, fue el único “peluche” que tengo en la actualidad, con el que intento dormir siempre. Hasta ese momento no sabía qué otras cosas irían en el interior de la caja, ni tampoco cuál sería dicha caja. Resultó que encontré la mayor parte de mis objetos en mi dormitorio y sólo uno en el pasillo del departamento en que vivo junto a mi familia. Busqué por las otras habitaciones, pero consideré que esos objetos le pertenecían más a otros que a mí. Lo mismo me sucedió cuando visité a mis abuelas (ambas viven en Concepción). Si bien existen objetos que pertenecen a mi memoria, no pude apropiármelos, no los consideré parte fundamental en mí. Para ser más específica, me di cuenta de que consideraba objetos míos los que me han sido regalados. Por lo general no me apropio de objetos ajenos, excepto algunas cosas de mis papás y que siento que les podré sacar mayor provecho.
Los objetos que presenté dentro de mi caja son fragmentos de mi vida: cada uno pertenece a distintos lugares en que he vivido. La cantidad de objetos no es mucha, pues a lo largo de mi vida existe una constante, que es cambiar de lugar (tanto de casa y de ciudad) continuamente. Debido a ello, una práctica que he adquirido es la de ir botando los objetos que no utilizo. Muchos de mis objetos se han perdido por los traslados, y no tengo conciencia de porqué los objetos que he mostrado no han sido desechados, excepto mi “peluche”. A pesar de todo, creo no sentir un vacío respecto a los objetos que han desaparecido sin yo haberlos eliminado, de alguna manera no los extraño. Pero sobretodo, mi impresión general fue de asombro, pues pensé que tendría más objetos –y más pequeños- dentro de mi caja, y por otra parte, nunca pensé que los objetos que seleccioné serían esos. Me impresionó aún más que esos objetos no hubiesen sido botados. Me ha pasado muchas veces que recuerdo algo y no lo encuentro. Y nadie sabe qué pasó con ellos.