Cuando nos enfrentamos a una pintura o a una obra, podemos acercarnos para apreciar sus detalles. Nuestra mirada –a la vez- selecciona lo que queremos ver, haciendo una especie de zoom para enfocar lo que nos interesa o nos llama la atención. Así nos alejamos del contexto general que nos rodea a nosotros mismos y también a la obra observada, adentrándonos en un pequeño nuevo espacio.
“El arte es una fiel y vital expresión de la vida y, recíprocamente, la vida, la realidad, es transformada -en forma secreta- por el arte”[1]. Una práctica inherente a nuestra producción, que refleja de alguna manera u otra cada una de nuestras personalidades. A partir de la experiencia con la caja de memoria, es que este proyecto se sustenta en las vivencias lúdicas relacionadas con los objetos contenidos en ella, así como también con el recuerdo intangible del juego con la flexibilidad de mis dedos de las manos. La propuesta visual se relaciona directamente con esta caja –de donde nace el concepto de ensamble- como una unión, que al mismo tiempo forma parte de algo mayor, tal como sucede con las obras pictóricas. Es decir, todo el proceso realizado es un ensamblaje constante de ideas, formas, recuerdos, etc., donde cada elemento recaudado (los detalles) -posteriormente ensamblados entre sí- conforman el fundamento de la obra.
Es aquí en donde los detalles comienzan a jugar en conjunto. El fragmento de las fotografías es el píxel, información muy distinta a la que vemos en las pinturas usuales. Claro que, en su generalidad, este píxel es imperceptible a nuestros ojos. Por ello, el píxel se hace visible cuando la imagen se acerca digitalmente a grandes dimensiones, percibiendo menos información de colores y formas. Este proceso digital de aumentar el tamaño de la imagen para poder ver el píxel se vuelve inexpresivo, carente de información relevante. Para contrarrestar esta mecánica repetitiva, es que la pintura, el gesto del pincel juega parte importante: es el ejercicio humano lo que devuelve la calidez a la imagen. La misma imagen, por otro lado, remite a lo humano, a lo vivo. Cuando hablamos, muchos hacemos gestos con las manos, y estas figuras tratan específicamente de esa palabra que es acompañada por un gesto con las manos. Así aparece la expresión, la información relevante que, a pesar de ser pequeña, refleja un trabajo constante, reiterativo, pero que involucra la observación para poder ser trasladada a este medio distinto. La pintura, una técnica de fluidez y pura expresión, se torna más mecánica al quitar la vitalidad del color y al componerse de miles de figuras cuadradas de igual tamaño.
[1] IVELIC, Milan y Gaspar Galaz. Chile: Arte Actual. Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1988. Pág. 7.